La primera Ilustración Infantil en España
Comenzamos con este artículo lo que quiere ser una larga propuesta de datos, nombres, estilos, modos y sobre todo imágenes sobre los dibujos en los libros infantiles, con la intención de hacer un tanto visible la no escrita historia de la ilustración en España.
Varios de los artículos que saldrán en esta nueva sección ya han sido publicados en revistas especializadas, pero también aparecerán otros elaborados especialmente para esta sección.
Como primera entrega comenzamos con una panorámica que recorre desde los pretendidos inicios, a finales del siglo XIX, hasta el comienzo de los años 50. Efectivamente, la acotación de fechas no parece tener mucho sentido y no lo tiene, pero es que comenzar con un resumen de 130 años podía acabar con la ilusión de cualquier lector. Como hemos dicho, la intención es que no falten los artículos con todo tipo de enfoques; habrá más panorámicas y monográficos siempre que haya lectores/as.
El artículo que vas a leer es un resumen de <Decir con Dibujos> Publicado en: Boletín de la Institución Libre de Enseñanza – IIª época, Mayo 2001, nº 42-43, pp 159-173.
Introducción
Antes de toda exposición se hace necesaria una redefinición de los términos específicos de nuestra profesión: qué entendemos por ilustración, cuál debe ser su fín último, qué es caduco, qué es avanzado, qué es infantil, qué adulto…
La experiencia me dice que el lenguaje hablado es tan expresivo como farragoso, y adentrarnos en un mar de palabras es perseguir el ahogamiento; así es que… salvémonos como podamos, o lo que es lo mismo, veamos y hablemos mucho más del tema para entenderlo mejor.
Sí que quisiera hacer una única apreciación: todos sabemos que en el mundo de la ilustración, los autores son prolíficos y dedicados a muchos otros quehaceres: pintura, diseño, texto literario, etc.; pues bien, en estos comentarios solo trataremos su trabajo en el campo de la ilustración, y preferentemente en ilustración de libros. Con esto no pretendemos hacer categorías, simplemente asumimos nuestra incapacidad para analizar otras actividades creativas que no sean las de la ilustración de libros.
La especialización no consciente
Las primeras publicaciones de cuentos e historias para niños que empezarían a aparecer bajo el espíritu expresado en la frase: enseñar deleitando y que podríamos fechar a finales del siglo XIX y primera década de 1900, se completan con ilustraciones que no parecen ser específicas para los más pequeños. Esto lo sabemos ahora, en los inicios no se conocía la necesidad de un dibujo especial para los más pequeños. Pero no podemos hablar de trato despectivo, en realidad los mejores ilustradores del momento dibujarán para los más pequeños aunque no hagan diferencias entre su público.
Apel·les Mestres es uno de los más prolíficos ilustradores españoles de su época. Buscado por las editoriales, admirado por sus contemporáneos y muy respetado por las generaciones de dibujantes posteriores, pero sorprendentemente no muy conocido fuera de Cataluña. Parte de su trabajo va dedicado a los niños aunque como ya hemos dicho aún no es el momento de la definición del concepto de ilustración infantil.
Su quehacer se desarrolla en todos los campos en los que el dibujo era el medio expresivo básico: caricatura, humor, diseño gráfico, publicidad, ilustración de adultos e infantil, etc., de hecho abandona la pintura por considerar que el color es un añadido artificial al dibujo. Se enfrenta a su trabajo de ilustración con el mismo rigor documentalista que caracterizaba a los dibujantes de los libros de viajes, así, cuando recibió el encargo de ilustrar El Quijote, recorre Castilla para imbuirse del paisaje que supuestamente recorriera el protagonista.
Sin embargo, una de las aportaciones más importante de su obra sería la imaginación y fantasía que desarrolló en textos ajenos: Contes d’en Perrault (fig.1 y 3), en textos propios: Liliana, y en libros de escaso texto: Cuentos vivos. (fig. 2 y 4),
Otro precursor indispensable de la ilustración infantil española es Narciso Méndez Bringa (1868-1933). Al igual que A. M., su trabajo se desarrolla en las principales revistas ilustradas de su época, aunque por su estilo se deriva más al costumbrismo que hacia el humor o la caricatura, pero el detalle y la construcción escénica de sus trabajos lo hacen indispensable en narrativa. Las ilustraciones de Narciso M. B. están cargadas de dramaturgia, para ello crea un cuidado entorno y unas actitudes vivas y cotidianas para sus personajes.
Componer una escena con estos elementos no tiene secretos para él; la perspectiva, la luz, la proporción y si es necesaria la sorpresa están controladas, de modo que sin destacar dan forma a un dibujo que te atrapa rápidamente porque cuenta algo concreto (fig. 5 a 8). Narciso M. B. es de los pocos dibujantes que, aún en contra de la voluntad del espectador, te pueden convencer y obligar a leer el texto.
Las veces que Narciso M. B. se ha enfrentado a narraciones dirigidas a los más pequeños ha comprendido que si cambiaba el lector debería cambiar algo del lenguaje; de este modo, en Pelusa (fig. 5), una leve exageración en las actitudes y una acertada elección de los momentos que quiere representar hace de la historia lo que hoy consideraríamos peligrosamente dramático para nuestros niños. Igualmente en Antoñito1 (fig. 6), la leve desproporción de los personajes y el tratamiento de las facciones consigue esa mezcla de ternura y humor que nos debe provocar cualquier travesura.

Fig. 8.- Narciso Méndez Bringa. Coronado, A. Premio de Aplicación. Madrid: Calleja, (1896)
En este periodo entre siglos son muchos los ilustradores que deberíamos destacar por sus peculiaridades y aportaciones a la nueva profesión, o mejor especialización que ahora comienza: la ilustración para niños; pero el espacio no lo permite, así es que me limitaré a señalar a los más grandes y a los más peculiares, siempre desde un punto de vista totalmente subjetivo. Y peculiar me parece otra figura de estos tiempos: Francisco Ramón Cilla, conocido simplemente por su apellido: Cilla (1859-19??).

Fig. 9.- Francisco Ramón Cilla. [s.a.], 4ª de cubierta de la colección Cuentos Fantásticos: nº 60, 68, 75 y 64. Madrid: Calleja, (1892)
El principal campo en el que Cilla desarrolla su trabajo como dibujante es el del humor y la sátira en las revistas al uso, destacando en la caricatura de personalidades políticas del momento, pero eventualmente dibuja para la editorial Calleja (fig. 9 a 11), aunque su trabajo no es utilizado exactamente para ilustrar. Cilla hace, para esta editorial, cientos de portadas para las colecciones de formato más pequeño, colecciones que supusieron una revolución dentro de la literatura infantil, por lo menos en cuanto a intención de adaptación a este nuevo tipo de público. También realizó las capitulares que estos libritos llevaban al comienzo de sus pocas páginas; igualmente hizo algunas capitulares para cuentos de otras colecciones de esta editorial, y dentro de la Colección Biblioteca Calleja, enfocada más a la juventud, ilustró Un tío a pedir de boca y El simpático Cascarrabias.
Tanto en las cubiertas, como en los libros convencionales, y mucho más en los pequeños dibujos que abren los libritos de la colección Joyas para niños, Cilla muestra una sensibilidad extraordinaria para dar forma a lo que podría ser la iconografía del mundo infantil, aunque es muy evidente la diferencia entre su trabajo para las revistas y el trabajo para esta editorial, la sátira está en su creatividad, y su línea limpia pero tortuosa dibuja personajes a mitad de camino entre lo fantástico y lo atormentado. De su facilidad para la caricaturización conserva la desproporción necesaria para que sus personajes tengan un toque distinto que los hace mágicos o chistosos según el caso.
Al parecer nunca pusieron en sus manos un texto infantil completo para que pudiéramos gozar de unos “tipos” que podrían haber sentado base en la ilustración infantil.
Empezando a descubrir
En estos primeros años del siglo se va perfilando más claramente lo que puede ser la ilustración infantil. Aparecen las grandes figuras, como Junceda, Llaverías, Bartolozzi, J. Obiols, Ribas, J. d’Ivori, Sánchez Tena, Ochoa, Opisso, Máximo Ramos, (figs. 12 A 21) y muchos más, pero éstos, por su categoría son estudiados, expuestos, reproducidos y homenajeados aunque nunca suficientemente. Por ello me gustaría seguir el recorrido por los más olvidados o los que por una u otra razón suponen un hito de rareza.
Éste es el caso de los ilustradores de la colección Biblioteca de Juventud editados por Ediciones de la Lectura, en Madrid, hacia 1914. Son libros de pequeño formato pero se ve una intención especial en la elección de los ilustradores: P. Muguruza ilustra para esta colección las Fábulas Literarias y El Califa Cigüeña (fig. 22 y 23) con trazo limpio y seguro creando unos melancólicos ambientes orientales, muy decadentes pero sumamente adecuados al mundo onírico y de aventuras tratado en la literatura infantil, con una profesionalidad y efectividad en el trazo que hace mucho más sorprendente el hecho de que no volvamos a tener noticia suya dentro de la ilustración infantil.
Similar situación plantea Ángel Vivanco. En esta segunda década del siglo parece descubrirse que los más pequeños necesitan dibujos sencillos y claros, de aspecto más descriptivo aunque pierdan en naturalismo y quizá drama. No sabemos si estas exigencias posibilitan la aparición de dibujantes como Vivanco, D’Ivori, Sánchez Tena, o son estos dibujantes los que con sus trabajos convencen de lo evidente, el caso es que probablemente, en busca de esta sencillez, es este ilustrador uno de los primeros que trabaja “a la manera de…”y qué manera más simple de trabajar que recuperando las sencillas formas góticas (fig. 24 y 25).
Sin despegarse de un sutil decorativismo y añadiendo experiencia a las facciones y actitudes, Vivanco introduce con sus dibujos un cierto aspecto de torpeza, la torpeza de lo primitivo, lo románico y gótico, un primer intento de dibujo hecho por niños para niños, con el que consigue un estilo único y adelantado que no se continuará hasta muchos años después y que comienza y acaba prácticamente en estas dos publicaciones para E. de la L.: El conde Lucanor y Hernán Cortés y sus hazañas y en un tercer volumen, editado por la Sociedad Española de Librería: El alma de Cervantes, pero más censable dentro de la literatura didáctica que de la narrativa. No tenemos más noticias de sus posibles trabajos en literatura infantil.
El tercero de los ilustradores de esta colección es Fernando Marco. A Marco sí que le veremos más adelante ilustrando para Calleja en la colección Cuentos de Calleja en colores. Aquí ilustra La vida es sueño y Platero y yo. En ambos se hace patente la incorporación de la estética del Art Nouveau en sus dibujos: línea exageradamente limpia y descriptiva de formas, hasta conseguir la desaparición de la luz ambiental sustituyendo las sombras por diversos tonos de tintas planas más decorativas que funcionales. El permitido decorativismo no es tal que llegue a dificultar la lectura de las imágenes, por el contrario su línea tan limpia aclara la farragosidad y el aspecto un tanto tenebroso de los grabados de años anteriores (fig. 26 a 28).
Otra gran sorpresa de estos dos libritos es la maqueta, verdadero alarde de novedades en cuanto a trasparencias, repeticiones, superposiciones, inversiones, simetrías, tipografías en color, juego con tintas planas metalizadas, en fin, todo un conjunto de riesgos difíciles de ver en los libros infantiles de estas primeras décadas.
Pero no acaban aquí las novedades y sorpresas de esta editorial. En los índices de esta colección sólo figuran siete títulos, el que falta: Nuevas florecillas de San Francisco lo ilustra una mujer, Manuela de Velasco; única ilustradora de libros infantiles de estos tiempos si exceptuamos a Lola Anglada que, aunque con anterioridad dibujaba revistas, ilustra su primer libro tres años más tarde, en 1917.
Manuela de Velasco está muy bien elegida para este texto o ella supo adaptarse a las necesidades; sin faltar al estilo común que unifica a los cuatro ilustradores de la colección, Manuela hace un desarrollo más poético introduciendo una estilización de formas y de concepto muy necesaria a la espiritualidad del tema que ilustra (fig. 29). El suyo es un único y sorprendente libro con muy pocas ilustraciones, que ve la luz en una situación única en cuanto a aportaciones innovadoras, para luego al igual que sus compañeros de colección, desaparecer del mundo de la ilustración infantil.

Fig. 29.- Manuela de Velasco. Tenreiro, R. Mª. Nuevas florecillas de San Francisco. Madrid: Edic. de la Lectura, 1914
Manuela de Velasco es la primera mujer española de la que tenemos noticia que ilustra un libro infantil, pero Lola Anglada (1892-1984) es la primera profesional española de la ilustración infantil. Esto puede parecer un añadido casual, pero es un mérito más, aunque a Lola Anglada le sobran méritos como figura de la ilustración. En realidad no tendría porqué aparecer en un artículo que intenta rastrear lo menos habitual en el mundo del dibujo en literatura infantil pues su figura es mítica, pero me temo que su actitud política enfrentada a la unidireccionalidad del periodo posterior a la guerra civil la hayan hecho conocida únicamente en Cataluña donde realiza toda su obra.
Lola pertenece a una época en la que ya están definidos los requisitos, diferencias y necesidades de una ilustración para los más pequeños. No obstante no está todo dicho, y Lola aporta su trabajo y creatividad a esta nueva profesión.
El gran conjunto de su obra gráfica se caracteriza por una enorme capacidad narrativa con gran carga poética conseguida a través de la profusión de elementos naturales y cotidianos y la nota nostálgica de la recreación de ambientes de épocas inmediatamente anteriores o situaciones preferentemente precarias de proletariado urbano, aunque nunca melodramatizadas. Su elección es la sencillez (fig. 30 a 32). A esta ideología visual colabora su trazo limpio, a ratos preciosista, descriptivo, o estilizado, pero sin adoptar ninguna de las corrientes decorativas del momento. Su mayor influencia será Arthur Rackham, pero sólo en el aspecto externo de algunos de sus dibujos. El concepto de Lola es mucho más humano; sus magias y fantasías son más cercanas, más asimilables para niños no habituados a ningún tipo de imágenes y mucho menos deformadas o agresivas. Lola llama más al sentimiento que al impacto.
La innovación
Como ya se apunta en la segunda década del XX se produce una verdadera revolución en el concepto de la ilustración infantil. Las editoriales comprenden la necesidad de añadir color a los dibujos para los más pequeños, al tiempo que aumentan las publicaciones de colecciones con las que proliferan las diferencias de los tamaños, número de cuentos por volumen, cantidad de ilustraciones, maquetación. Podríamos decir que es ahora cuando se inventa el álbum ilustrado, si entendemos por tal el libro que ofrece una narración como pretexto para mostrar un importante trabajo de imagen. En los libros de la colección Cuentos de Calleja en Colores, concretamente los de la primera serie (1916); la editorial amplía el formato, utiliza un papel más grueso, encarta las ilustraciones a todo color en otro tipo de papel y trabaja con los ilustradores más destacados del momento: Penagos (fig. 33), Marco, Bartolozzi…, además de utilizar un segundo ilustrador para los dibujos más pequeños.
Pero la verdadera innovación se produce en el lenguaje visual. Desde hacía tiempo en las revistas de humor e infantiles se apostaba por un dibujo más sintético, sencillo, ágil y adecuado para una expresividad jocosa o más cercana a la ternura. Torné Esquius, Opisso y J. Obiols habían apostado por este cambio y en la evolución de Bartolozzi vemos su total realización, quizá porque pudo escribir, creando así sus propios personajes. Del mismo modo un nuevo tipo de textos se presta, al final de la década de los 20, a la aparición de dibujantes que no eran habituales en literatura infantil. La editorial Compañía Ibero Americana de Publicaciones, C.I.A.P., publica cuentos de Manuel Abril ilustrados por Climent, Explandiú, Sama, Garrán, Tauler y Renau, el cambio es evidente y no necesita comentarios (figs. 34 a 41).
Las joyas del cambio
Pasada la guerra civil comienza una época calificada como oscura y represora y por tanto poco interesante desde el punto de vista creativo. Estas consideraciones son aplicables al campo de la ilustración infantil. Grandes ilustradores emigran, generalmente los más innovadores y comprometidos, por otra parte la consigna impuesta hace que florezcan, para los más pequeños, un tipo de textos en los que se recrea la hazaña de toda una galería de personajes luchadores, conquistadores, aguerridos patriotas que sembraron por doquier el nombre de España con sangre y fuego. Estas sublimes hazañas necesitaban una representación gráfica realista, para cosas tan serias no caben los monigotes. Por otra parte, lo que no era narrativa heroica era panfleto moralista, que igualmente necesitaba del mismo estilo de ilustración.
Buena representante de la ilustración histórica es la editorial Araluce, con ilustradores sumamente valiosos, algunos “importados”; entre los españoles destaca Segrelles (fig. 42).
Al mismo tiempo, Palao (fig. 43 y 44) ilustraba las narraciones de corte moralizante para la editorial R. Sopena.
En este punto me permito la licencia de presentar una de las ilustraciones moralizantes que más marcaron mi infancia (fig. 45 a y b), realizada por E. Vicente: representaba a una niña que, por coleccionar mariposas, es raptada por un duende, el cual tras limarle la espalda para adaptarle unas alas postizas, la ensarta con un alfiler en un lujoso terciopelo, coleccionada así junto a otras niñas similares. En la última página se descubre que todo había sido un sueño, naturalmente, pero las ilustraciones ya se te habían grabado para siempre…
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La consecuencia es clara: Este tipo de ilustración, válido y necesario como cualquier otro, será rechazado y descalificado en épocas posteriores. Por otra parte los ensayos e innovaciones de los años 20 desaparecen.
La ilustración de estas décadas nos refleja otra peculiaridad de la sociedad: su excesivo paternalismo que en lugar de mostrar ternura, aniña el mundo infantil hasta la cursilería. Ya aparece en años anteriores, pero en los 50, 60 y parte de los 70, apoyándose en un Walt Disney mal entendido, pone lacitos hasta a las serpientes, hace que todos los personajes sonrían y sean felices ocurra lo que ocurra, convierte a duendes y brujas en niños traviesos y abundando en el machismo imperante inicia una peligrosa diferenciación entre lo que debe ser un dibujo para niños y un dibujo para niñas (fig. 46 a 47).
Ya a finales de los 50 se afianzan figuras como Celedonio Perellón (fig. 48) y Mercé Llimona, que aligeran bastante el panorama de la imagen aunque estemos lejos de innovaciones lingüísticas. Un fuerte intento de cambio del panorama visual llega con las colecciones El Globo Azul y la Ballena Alegre, en las que quizá por la mayor abundancia de texto o la edad a la que iban dirigidas, ambas editoriales se permiten el lujo de dar cancha a todo tipo de estilos, descubriendo figuras que aún siguen trabajando en éste y otros campos del lenguaje de la imagen como Máximo (fig. 49 a 54), Goñi, Rafael Munoa, Riera Rojas, M. Boix, Molina Sánchez, etc …
La Explosión
La tan esperada renovación dentro de la ilustración infantil se produce en la década de los setenta. La influencia de estilos foráneos, ahora más accesibles, las innovaciones en las técnicas de reproducción, la gran creatividad de ilustradores e ilustradoras con estudios de especialización y el riesgo de ciertas editoriales, posibilitan llenar el mercado de libros coloristas, con textos y dibujos llenos de humor que todavía nos sorprenden. En los ochenta se han roto las paredes de la casa, se dibuja para editoriales extranjeras a la vez que se trae información de Ferias y Congresos, ampliándose el panorama de la ilustración infantil. Actualmente la variedad de estilos y modos de enfocar la comunicación visual con los pequeños es tan variada que resulta difícilmente abarcable. Pero ésta es una época demasiado reciente y sus protagonistas son demasiado actuales como para que su estudio deje de ser un análisis histórico y se convierta en comentario crítico. Por tanto lo dejamos en manos de esos mismos protagonistas y de la posteridad.
Alberto Urdiales.
3 Comments
Buenísimo artículo. Y recuerdos de un exalumno suyo de San Viator, allá por los ochenta…
Un artículo buenísimo! Enhorabuena Alberto por tu magnífica documentación y por compartirlo con nosotros!
Me parece muy bien esto de ilustrar a los ilustradores.
Muchas gracias por compartirlo.
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